



Por Alberto Martín. En los momentos iniciales de la película “Retratos de una obsesión” (”One Hour Photo”) vemos en una sala de interrogatorios a un hombre que, según sabremos más tarde, ha sido detenido por acumular en su domicilio numerosas fotografías de una familia y por acosar fotográficamente a diferentes personas. Inmediatamente entra un inspector que sobre la mesa dos sobres que contienen las últimas fotografías realizadas por el detenido.
Modificar nuestra experiencia requiere antes que nada expandir la realidad, y eso es lo que hace Pablo García alterando, complicando, y quizá traumatizando, el deseo de fotografiar
Cuando éste pide ver dichas fotos, el inspector le responde con sequedad: “no son recuerdos, son pruebas”. Esta escueta respuesta puede dar pie a múltiples reflexiones en torno a la fotografía, a su conexión con el archivo y la memoria, al carácter indicial, a la naturaleza pulsional y pasional del registro fotográfico, a la sensación de propiedad y autoridad que rodea la imagen.
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Artista. Pablo García
Exposición. Memento Mori
Sala. Cubo Azul (c/ San Lorenzo, 2 · Bajo izda)
Fechas. 11 septiembre · 23 octubre (Lunes a Viernes de 17,30 a 21,00 horas Sábados de 12,00 a 14,00 horas)
Recuerdo y prueba pueden ser dos extremos de una ambivalencia muy específicamente fotográfica. Algo de ese recorrido entre dos extremos late en el trabajo que ahora presenta Pablo García, cien fotografías, que según él mismo señala, forman parte de su archivo, del ejercicio de la fotografía, del acto de mirar aquello que le rodea, le interesa, o le afecta. “Son un antídoto contra el olvido”, afirma. Probablemente no exista ejercicio más honesto, y en parte arriesgado, que declarar al carácter íntimo y personal de una serie de fotografías.
Un estatuto de intimidad o de biografía que el artista comparte con millones de usuarios de lo fotográfico. Es precisamente ese carácter “esencial” y casi podríamos decir que popular, profundamente arraigado en la cultura fotográfica, el que quiere destilar y reformular Pablo García. Un trabajo sobre la propia antigüedad de la fotografía, sobre aquellas certezas que se mantienen profundamente arraigadas en la cultura fotográfica de la que seguimos formando parte, aunque a nuestro alrededor se manifiesten unos indicios de cambio que probablemente sean más teóricos o ideales que concretos.
:: El deseo de fotografiar
Es el deseo de fotografiar que nos acompaña, de mostrar nuestras fotografías, de contemplarlas, de guardarlas en archivos por muy precarios o sencillos que éstos sean. El álbum, la caja de fotografías, la pared llena de copias fotográficas, la capacidad de conmoción, el juego de memoria y olvido… nuestra psique puesta de manifiesto. Éstos, son elementos que incluso en ejercicios más distanciados terminan por manifestarse y hacer acto de aparición. Pablo García presenta su centenar de imágenes, su constelación de fotografías, como una suma de fragmentos, elementos dispersos que encuentran su configuración en el interior de una caja (este es el formato de edición de obra) o dispuestas sobre la pared como un gran mural (en su formato de exposición).
Opera aquí con algunos de los códigos más arraigados de la cultura y del pasado fotográfico: la copia de papel, las texturas, la acumulación de imágenes, la relación con la experiencia personal. Y así nos coloca frente a una realidad fotográfica que todos podemos reconocer como propia: los destellos de la memoria, la irrupción intempestiva de la percepción, el hallazgo de semejanzas, el relampagueo de los acontecimientos… El abrir y cerrar de ojos que acompaña y define la visión fotográfica en su versión más extendida: el deseo de mirar. El deseo de fotografiar, el deseo de guardar nuestras fotografías.
Esta pulsión, que da cuenta de la estrecha conexión existente entre fotografía y experiencia, es el ámbito preciso que explora Pablo García desde una posición que podríamos calificar como de ‘complicidad alterada’. Cómplice en la medida en que utiliza referencias y recursos que pertenecen a la esfera de la fotografía popular, pero que en su propuesta aparecen sistemáticamente alterados.
Ciertos clichés como la belleza, el lirismo, la nostalgia o la banalidad de las escenas cotidianas; géneros como el paisaje, el retrato, la naturaleza muerta o la fotografía etnográfica entran en una esfera de inestabilidad. El sentimiento que impera es el de un mundo que se agita bajo la superficie, bajo la banalidad, la alegoría y bajo la apariencia objetiva, la subjetividad.
Los paisajes nevados, las escenas de playa o carretera, los retratos, las instantáneas en una fiesta, las fotografías de animales o de viaje, los objetos abandonados, los símbolos religiosos, no son sólo lo que aparentan ser. La necesidad de ser fotografiados, compulsivamente fotografiados, permanece. La necesidad de designar el mundo y captarlo también. Pero se incorpora un cambio de sentido y proporción que interrumpe definitivamente la estabilidad de dichos modelos. Modificar nuestra experiencia requiere antes que nada expandir la realidad, y eso es lo que hace Pablo García alterando, complicando, y quizá traumatizando, el deseo de fotografiar.

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