



Por Antonio Yuste. La clase política europea, muy amiga de los aquelarres, la que ha pergeñado la Unión en encuentros nocturnos de Jefes de Estado y Primeros Ministros, —las espeluznantes Cumbres— ejerciendo de dioses paganos, de demiurgos drogados a base de cafeína y otros estimulantes, es la responsable única del estropicio jurídico, político, económico y financiero que asola Europa. De nada sabían, se arrogaron una inteligencia que no tenían y de aquellos barros la actual crisis, de envergadura mundial y de consecuencias imprevisibles.
Nos espera la economía sumergida, el delito y el estrambote social. El drama social que se avecina, si se opta por la estrategia de los rescates, quedará irresoluto y encapsulado por varias décadas
Era poco edificante, un mal ejemplo para la población Europea, y un pésimo testimonio para las generaciones más jóvenes, la exhibición de idiocia de nuestros rumbosos jefes de Estado y primeros ministros, cuando prolongaban sus aquelarres a lo largo de la noche para dar a luz textos de extracción sincrética, pseudo jurídicos, pseudo morales, atrabiliarios, y que constituyen la encarnadura de la Unión Europea. Si su quehacer era ridículo, su obra es un monumento al despotismo, apuntalado por los fanáticos que les ríen las gracias en cada país, entre periodistas, académicos y expertos en macroeconomía reconvertidos en megaestrellas y responsables principales del desastre al que estamos asistiendo.
Los europeos nos hemos acercado al precipicio, como tantas veces hicimos a lo largo de la historia, a ritmo de tambor, timbal y bordón, con paso de combate, enardecidos. Y a medida que llegamos al límite, al borde, sin perder bravura, nos lanzamos al abismo, a sabiendas, de que al fondo nos espera una mar en borrasca y violenta.
Los europeos se han pronunciado en referendos, en los países donde han podido, en contra de unas instituciones europeas merecedoras de toda sospecha, oscuras, opacas y prepotentes. Lo que no ha sido causa suficiente para alterar en un gramo el impulso despótico de nuestras élites políticas. Han generado tratados absurdos y un engranaje institucional de tramoya para vergüenza universal y escarnio de los europeos. Ni democracia, ni garantías jurídicas, ni buenas obras: el euro. Los urdidores principales del euro, entre franceses y alemanes, han dado a luz, a una falsa moneda, que de mano en mano va y nadie lo queda. Los euros queman y hay muchos. La eurozona paga en euros y muchos bancos centrales de países que venden a Europa tiene las arcas llenas de dicha moneda. Su colapso, el colapso del euro tendría consecuencias catastróficas a escala planetaria y no está escrito que nuestra vetusta clase política europea, engreída a la par que montaraz, diera en enrocarse y elegir el sendero que lleva al acantilado que citaba al principio.
Europa, otrora, ha demostrado su capacidad para poner muertos encima de la mesa y precipitarse al abismo. Nuestra capacidad para convertir un desastre continental en planetario, no es discutible. La existencia del euro, el propio hecho de acuñar euros y convertirlo en moneda de pago, es un buen ejemplo
Europa, otrora, ha demostrado su capacidad para poner muertos encima de la mesa y precipitarse al abismo. Nuestra capacidad para convertir un desastre continental en planetario, no es discutible. La existencia del euro, el propio hecho de acuñar euros y convertirlo en moneda de pago, es un buen ejemplo. Existen, de todos modos, opciones y particularmente una, la más apropiada, para conjurar la catástrofe en ciernes: la doble moneda.
Mantener el Euro como moneda de pago de la eurozona, con su estructura, y permitir a los distintos países emitir su propia moneda. La doble moneda otorgaría instrumentos monetarias a los distintos gobiernos nacionales para enfrentarse al drama social que se avecina. El euro seguiría siendo una divisa de pago internacional. La solución no elimina el problema de fondo que padece el euro: ser una moneda falsa. Los europeos, sin embargo, compraríamos tiempo para hallar una solución más duradera.
Existen otras dos opciones. Ceder soberanía a Bruselas para que ejecute la política fiscal y agrupe los distintos Tesoros Nacionales, es la primera. Es una solución, sin embargo, que no tiene respaldo y para la que en modo alguno los europeos están preparados. La otra opción, la vigente, es salvar los estados, salvar a la clase política, salvar el euro y humillar a los ciudadanos, a las poblaciones. Debemos ser conscientes de que la opción, en fase de despliegue, volver al Pacto de Estabilidad Presupuestaria, es una opción de la máxima conveniencia para la clase política, pero de consecuencias fatales para los europeos.
Reducir el déficit y la deuda es un objetivo incontrovertible que no discuto. Si discuto que algo parecido se pueda lograr aumentando impuestos en un ambiente de escasez generalizada de euros. Nos espera la economía sumergida, el delito y el estrambote social. El drama social que se avecina, si se opta por la estrategia de los rescates, quedará irresoluto y encapsulado por varias décadas. Será dramático para nosotros, los españoles, sin tejido industrial propio, sin capacidad para competir, sin máquina herramienta, con una fuerza laboral obsolescente en habilidades por culpa de un mezquino sistema educativo, sin emprendedores, con un ambiente fiscal, legal y social muy hostil para la actividad empresarial y un sistema financiero, para rematar el rompecabezas, triturado y en la más completa indigencia.
La responsabilidad de la clase política europea es mucha y la de los europeos, la de los ciudadanos, es mayor. Llegan tiempos difíciles. La clase política es la que nosotros elegimos. La crisis puede durar una década o un siglo. Los españoles sabemos mucho de postración, de postración secular, por pensar y actuar de forma inapropiada. Franceses y alemanes tienen sus propios intereses. ¿Y los españoles? ¿Nuestros intereses coinciden con los de Francia y Alemania?

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