



Por Pablo Carabias · Instituto Juan de Mariana. Cada cierto tiempo aparecen en los periódicos noticias de víctimas del timo de la estampita, o del tocomocho. Y la pregunta que nos hacemos es cómo puede alguien a estas alturas caer en timos tan viejos, tan evidentes y tan cutres. Pero los liberales también nos hacemos otra pregunta. ¿Cómo puede haber gente que aún caiga en el timo del socialismo, tan viejo, tan evidente y tan cutre?
Y cuando se quieren dar cuenta, no les están quitando a otros para dárselo a ellos, sino que está en el paro, le han subido los impuestos y la inflación se ha disparado
La respuesta es la misma tanto para los timos tradicionales como para el socialismo, pues todos los timos se basan en los mismos principios. Desde los timadores de baja estofa, los que consiguen que un pardillo les entregue su dinero a cambio de unos papeles de periódico, a los timos protagonizados por un presidente del Gobierno que promete “más de todo para todos” el mecanismo del timo es el mismo y está basado en un pecado capital de la naturaleza humana, la avaricia.
Cuando un incauto cree estar haciendo negocio quedándose con las “estampitas”, realmente los timadores están sacando partido de su avaricia, pues la posibilidad de obtener un beneficio fácil obnubila su capacidad crítica y lo convierte en una presa fácil. El socialismo también se basa en la avaricia; si votas socialista, le van a quitar a otros el fruto de su trabajo para dártelo a ti. ¡Menudo chollo! O sea, que sin tener que trabajar más, sin tener que ser más eficiente y productivo, simplemente por votar a estos tipos accedes a unos bienes y servicios que realmente no eres capaz de permitirte. Así, el incauto les vota… Y cuando se quiere dar cuenta, no les están quitando a otros para dárselo a él, sino que está en el paro, le han subido los impuestos y la inflación se ha disparado.
Pero aún así, muchas veces la victima no reacciona. Otro pecado capital, la soberbia, le mantiene en el error. “Yo no me he equivocado al votar socialista”, se consuela, “la culpa es de Bush, de los empresarios, de Aznar… yo nací socialista, siempre lo seré y jamás la derecha gobernará con mi voto”. Sin duda, es el timo perfecto, pues el timado no quiere reconocer que ha caído como un palomo.
Además, el socialismo también recurre a los “ganchos”, a los compinches que distraen al incauto y que obtiene su recompensa llevándose su parte del botín. En el caso del socialismo, la lista de ganchos es muy extensa, desde medios de comunicación afines que sacan partido de las prebendas del poder, hasta artistas solidarios que con sus canciones, sus películas (subvencionadas) y sus declaraciones públicas tratan de reafirmar a la víctima en su error, pasando por sindicatos cómplices y subvencionados que, al igual que los tipos mal encarados que están a los lados del trilero, son un último recurso de coacción física por si el timado reacciona a tiempo.
Pero hay que reconocer su mérito a los timadores. Sin duda, para ser timador hay que tener madera. No todo el mundo vale para mantener la compostura mientras está tratando de vender la Torre Eiffel a un pobre paleto; no todo el mundo es capaz de vender la independencia de Cataluña a un charnego, prometiéndole a cambio la felicidad; no todo el mundo es capaz de mentir compulsivamente ante el Parlamento, ante los periodistas y la opinión pública; poner caritas, arquear las cejas y sin que te tiemble la voz mientras niegas la crisis económica o prometes 420 euros a los parados. No todo el mundo tiene arrestos y sangre fría para hacer cosa tan siniestra.
No todo el mundo es capaz de disfrazarse de minero y levantar el puño, después de haberse bajado del coche oficial y con un sueldazo de primera. No es fácil y es algo que requiere, en primer lugar, una absoluta falta de escrúpulos, pero sin duda un alma de timador de primera. Y eso es algo que a ZP y a su cuadrilla hay que reconocerles.
