


Regresemos al pasado: el gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero estaba sumergido en su proceso de paz, en su dialogo o negociación con la ETA naif que soñaba el presidente; estaba prohibido criticar al gobierno bajo pena de excomunión de los sacerdotes de lo políticamente correcto. El gobierno de ZP molaba mucho, y había que sonreír como él, y el que no lo hiciera era sospechoso de ser muy mala gente, un coco malvado comedor de niños.
En la otra trinchera estaban los peperos, siempre iracundos y con el ceño fruncido, que salían en masa por cualquier cosa, y todos los sábados había una manifestación en Madrid, justo después de misa de doce, a veces requerida al alimón por las dos erres, Rajoy y Rouco. Daba lo mismo el motivo, lo importante era sacar a la calle a todos los votantes disponibles, y si eran señoras con abrigo de visón y un rosario en la mano, mejor. Si llovía, la culpa era de ZP, si dejaba de hacerlo, también. Los portavoces del PP proclamaron que Zapatero había vendido Navarra a los etarras para que colocaran como lehendakari a la novia de De Juana Chaos. El Apocalipsis había llegado y los jinetes que lo evidenciaban con su sonrisa eran el taimado Rubalcaba, el hosco Pepiño Blanco y la elegante pero amojamada Maria Teresa Fernández de la Vega.

Un momento, ¿Navarra foral y española?, me pregunté, ¿y por qué no Navarra española y foral? El orden de los factores sí que alteraba el producto
Se convocó una manifestación en Pamplona para defender la españolidad de Navarra; y si llega a durar un mes más la legislatura, Rajoy nos organiza una cacerolada con ollas express. “Navarra foral y española”, decía la pancarta, y una muchedumbre coreaba la consigna. Un momento, ¿Navarra foral y española?, me pregunté, ¿y por qué no Navarra española y foral? El orden de los factores sí que alteraba el producto. Porque aquellos manifestantes condicionaban su españolidad a la foralidad de su territorio. Se consideraban españoles en tanto forales. O sea, que lo que defendían era en primer lugar el privilegio que les concede una financiación de la que no goza ninguna comunidad autónoma, salvo la vasca, y a partir de ahí, la españolidad les resultaba deseable, es decir, rentable. Así cualquiera: le dicen a Carod Rovira que Cataluña va a tener la financiación de Navarra y a lo mejor se pone a bailar el chotis en la intimidad y con Manolo el del bombo marcándole el paso.
De vuelta al presente, se discute de financiación autonómica, que si los catalanes pagan más o menos, que si los andaluces menos o más. Se habla de territorios y no de personas. Pero nadie habla de los conciertos económicos vasco y navarro. Son dos paraísos fiscales intocables. Derechos históricos, nos dicen, tanto el PP como el PSOE. Históricos tal vez, pero de derechos nada. Llamemos a las cosas por su nombre, por favor: privilegios. El día que una pancarta diga “Navarra española y sin prebendas”, yo también aplaudiré el lema. Mientras tanto, el patriotismo de algunos me parece un chiste. Un chiste histórico, eso sí.

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