


El G-8 promete reducir en un 50 % las emisiones contaminantes antes de 2050 para frenar el calentamiento global. O sea, cuando ya el calentamiento haya causado sus estragos dejaremos de dañar la atmósfera, nos dicen los políticos más importantes del orbe. Estupendo, al fin y al cabo para esa fecha la mayoría de nosotros estaremos disfrutando de la merecida vida eterna.
De todas formas, lo del cambio climático hay que analizarlo con más sosiego. No seré yo quien se una al grupo de los irredentos y coléricos negadores de su acaecimiento. Si la comunidad científica lo anuncia, por algo será. No pueden haberse vuelto locos de pronto, por más que alguno aproveche la oportunidad para exagerar o ganar un dinerillo a costa de los temores que genera tan manoseado asunto. Si quien advirtiera del cambio fuera una comunidad de tipo religioso, con seguridad yo también me uniría a los dubitativos o a los negadores, pero se supone que la ciencia no pide fe sino que aporta datos y enuncia sus asertos tras comprobarlos en la realidad. Pero su narración mediática tiene mucho de entretenimiento para almas cándidas.
Resulta sorprendente el barniz alarmante con que se proporcionan datos desde los medios de comunicación y cómo estos afectan a la población con menos conciencia crítica. Leí por ejemplo en el titular de un periódico gratuito: “Los primeros seis meses del año hidrológico (de octubre a marzo) han sido los más secos en España desde 1948″. Y todo el mundo se llevaba las manos a la cabeza. En el metro, en el coche, en el autobús. “Dios mío, es el cambio climático”, “nos vamos a morir de sed”, “se necesitan trasvases ya mismo”, “corro a casa a cerrar el grifo, que a lo mejor lo he dejado goteando”. Sin embargo, el titular no era para tanto. Para empezar remitía a una fecha no tan lejana, en la que hubo igual o peor sequía, 1948, cuando las palabras cambio y climático aún no se habían convertido en lugar común, o sea, cuando lo que había no era un calentamiento del globo sino una guerra fría. En definitiva, que hace 60 años hubo una sequía más acusada que la que hemos sufrido durante este invierno.

Si quien advirtiera del cambio fuera una comunidad de tipo religioso, con seguridad yo también me uniría a los dubitativos o a los negadores, pero se supone que la ciencia no pide fe sino que aporta datos y enuncia sus asertos tras comprobarlos en la realidad
Y la primavera lluviosa posterior, tampoco es ninguna novedad, pese a que algunos no recordemos nada similar. “Hasta el cuarenta de mayo, no te quites el sayo”, dice el refranero. Es decir, nuestros bisabuelos nos advertían de que había que permanecer con el abrigo hasta bien entrado junio.
Muy pronto leeremos en el periódico o escucharemos en radio o televisión que este verano es el más cálido de los últimos 40, 30, 20, 10 ó 5 años, y la noticia dará para un par de debates en Antena 3 o en Tele 5, cadenas que le deben muchísimo al efecto invernadero. Yo mismo le debo bastante: me ha dado al menos para un par de columnas, que es de lo que malvivo.
No digo que el cambio climático no sea preocupante. Pero hasta que los titulares no digan: “España sufre la mayor sequía de su historia”, la cosa está bajo control. Lo saben bien nuestros líderes políticos. Después de plantar tres árboles en Japón (¿o han sido cuatro?), han anunciado que reducirán al 50 por ciento la emisión de CO2 para 2050; o sea, cuando los titulares no tengan ya una fecha anterior como referencia del calor, cuando el mundo esté cocido, los océanos bullendo y los hielos del ártico derretidos como dos peces de hielo en un whisky on the rocks, que diría aquel. Mientras tanto, esperamos sin impaciencia y con el aire acondicionado a tope.

Un agujerito negro | 18-09-2008
Especial relevancia | 12-09-2008
La pureza editorial | 31-07-2008
Animales de compañía | 25-07-2008
Fuera máscaras | 17-07-2008
Opio a espuertas | 3-07-2008
Síndrome de Estocolmo | 26-06-2008
La era de la palabra escrita | 19-06-2008
Foral y española | 12-06-2008
Irse de cañas | 5-06-2008
