


En la tarta editorial, el escritor es quien se lleva el pedazo más pequeño. El que pone los ingredientes, el que inventa la receta, y el que menos come. El editor, el librero y el distribuidor ganan un porcentaje mucho mayor por cada libro vendido. Antaño el porcentaje sagrado era el 10 por ciento; ahora es el 9, y sigue bajando. Muchos colegas se quejan de la situación, dicen que no entienden por qué el novelista se lleva tan poco. Muy fácil: en el proceso de fabricación y venta del libro, el único que nunca falla es el escritor. El editor, el distribuidor y el librero sólo harán su trabajo a cambio de dinero, de un beneficio económico; el novelista, sin embargo, nunca deja de escribir, aunque no cobre por ello. Algunos incluso financiarán la edición de sus libros. ¿Cómo se protege, pues, el novelista en esta selva? Asociándose con un rapaz —dicho sea en términos simbólicos— similar a quienes viven de su obra: el agente literario. Al unir sus intereses con los de la agencia literaria, el escritor se pone una segunda piel, la mercantil, una piel gruesa que le garantizará la pelea por unos porcentajes dignos, un anticipo mejor. Sin ganancias, el agente hará lo mismo que el editor, el librero o el distribuidor: cruzarse de brazos, dedicarse a otra cosa. Pero como su supervivencia depende directamente del beneficio económico que logre el escritor con su novela, hará lo que esté en su mano para incrementar ese peculio.

Y es que al novelista como mejor se le paga es halagándole la vanidad, porque no hay dinero para más, y menos en un país como España, donde la literatura tiene tan poco éxito
Y es que al novelista como mejor se le paga es halagándole la vanidad, porque no hay dinero para más, y menos en un país como España, donde la literatura tiene tan poco éxito. Algunos editores quieren discutir al novelista también en ese terreno, y se consideran a sí mismos artistas, como si su creación fuera el catálogo que van conformando.
Existen también, en los aledaños de esta selva, otras criaturas que viven de la vanidad, porque tampoco ganan demasiado dinero. El crítico, por ejemplo. El crítico más vanidoso es aquel que siempre, o casi siempre, habla mal de los libros que reseña. Si lo elogia, el libro protagonizará la crítica, si lo censura, el crítico lucirá su nombre por encima de cualquier otro elemento y ganará peso en el sector.
Además, el novelista debe pelear contra un prejuicio extendido. A mucha gente le molesta que los escritores se presenten a premios o quieran ganar dinero con sus libros. Es venderse al mercado. Lo suelen decir algunos críticos, editores e incluso distribuidores que cobran por lo que hacen, y lo que hacen no les daría dinero si no estuvieran vendidos al “mercado”, o sea, al juego de la oferta y la demanda. Exigen que el novelista sea lo que ellos no son: puros. O, tal vez, lo que sí son: adinerados con la vida resuelta.

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