


Por Antonio Yuste. La globalidad tiene sus paradojas. Tu identidad la construyen los demás y acabas siendo lo que los otros, los demás quieren que seas. Hace tiempo que dejamos de pertenecer a la civilización de la voluntad. Ahora vivimos en la era del deseo y somos lo que los otros desean. Ser quien eres es una quimera. Esporádicamente, los deseos ajenos entran en colisión y proporcionan un respiro para, por un rato, ser quien eres. No es el caso.
Pero no todo está perdido, el milagro, aunque improbable por nuestra poca fe, siempre es posible
A España, la nación, le sucede lo mismo. España es lo que los demás desean. Y ahora desean que España se despeñe y para desgracia nuestra, en este caso, no hay conflictos de anhelos, los demás, han hecho piña: España colapsa. España es el pinpanpún fuego de analistas y expertos, líderes y estadistas, gobernadores de bancos y gestores de fondos. Y puesto que España es un país cuyas élites están constituidas por cosmopolitas holgazanes, apelmazadas como una roca, España es lo que los otros desean. Nuestras élites ponen de su parte todo lo que alcanzan para dar satisfacción al deseo global y cumplir con lo que son: cosmopolitas holgazanes.
¿Cuántos sistemas financieros pueden quebrar en la eurozona? Ha quebrado el holandés, el belga y ninguno más. Cerca de la eurozona ha quebrado el del Reino Unido y el islandés. Fuera de la eurozona ha quebrado en buena medida el de Estados Unidos. En la década de los noventa quebró el sueco y el japonés. ¿Cuántos más, a lo que vamos, pueden quebrar en la eurozona? ¿Puede quebrar el alemán, dramáticamente descapitalizado? ¿Puede quebrar el francés, un sistema financiero edificado sobre un manglar ideológico, le grandeur? Son dos sistemas financieros en gruesos apuros e inviables.
Derribar el sistema financiero español —-en apuros dramáticos— se ha convertido en un blanco muy apetitoso, en la mejor opción para desviar la atención internacional sobre problemas más agudos. ¿Y por qué digo que estamos gobernados por cosmopolitas holgazanes? Porque hace tiempo, al menos dos décadas, los españoles, con nuestro voto, debimos reemplazar al cosmopolitismo holgazán, a los loros de repetición, por una clase política más eficiente, sensata y atenta a nuestras necesidades e intereses. No lo hicimos y toca purgar por todos nuestros pecados. Nuestra forma de gobernar, nuestra parálisis intelectual, está siendo la pieza clave para contribuir al buen fin del deseo global: que España colapse.
Destruimos empleo, decrecemos en términos absolutos y relativos, no generamos riqueza para reembolsar nuestras deudas, las administraciones públicas no ahorran y somos incapaces de reformar nuestro obtuso sistema financiero. Dos y dos… No existe contradicción, en estos momentos, entre el deseo global y nuestros cosmopolitas holgazanes, existe refuerzo mutuo. Y en nuestro auxilio acudirá la Unión Europea con su hiperfondo de rescate —€750.000 millones—, ale hop, surgido del vacío, histriónico. Pero no todo está perdido, el milagro, aunque improbable por nuestra poca fe, siempre es posible.
Treinta y cinco años de deterioro institucional y moral (23F y 11M), capitaneados por el progresismo progresado progresón, han desembocado en la actual etapa política, económica y gubernamental: el zetaparismo. El zetaparismo como extracto sublime de la podredumbre institucional, moral, civil, económica y financiera en la que los españoles estamos temerariamente instalados.
