


Por Juan Ramón Rallo. Coincidiremos en que es extraño que la misma izquierda ultramontana se destape ahora como una compulsiva inversora en planes de pensiones privados tras haber señalado con el dedo acusador al capitalismo financiero-especulador como causante de las presentes tribulaciones, convertir en seña de identidad el que todos los ciudadanos -especialmente los más ricos y privilegiados- arrimen el hombro durante la crisis y hacer de la cotización a la Seguridad Social una obligación inescapable para las clases medias.
¿Se imaginan que les sucedería a todos estos estómagos agradecidos si los impuestos bajaran y cada uno de nosotros pudiera elegir a dónde destinar nuestras rentas?
Al cabo, que Zapatero y los suyos inviertan regularmente en este tipo de fondos, engrosando el poder de los mismos especuladores que, según denunciaban, desestabilizaban nuestra economía, sólo puede significar dos cosas: o que los socialistas no se creen la bobada de que los españoles recibimos (y vamos a seguir recibiendo) unas pensiones dignas o que tampoco tienen a bien contribuir con sus impuestos al sostenimiento de las arcas públicas.
Pues los planes de pensiones en España sólo sirven para dos cosas: una —algo ingenua al lado de otros productos de inversión mucho más sofisticados como los fondos de inversión o la propia inversión directa en bolsa— para capitalizar el ahorro de cara a la jubilación; otra, y sobre todo, para reducir la base imponible del IRPF (Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas) y pagar menos impuestos.
Contradicción entre el discurso y las acciones que se ha venido a conocer tradicionalmente como hipocresía o fariseísmo, por aquello de hacer lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen. Claro que al menos en el caso de los fariseos, el consejo era guiarse por sus palabras y no por sus actos, mientras que aquí es más bien al revés: las palabras de nuestra casta política se han convertido en un bombardeo continuo de mentiras destinado a justificar su latrocinio institucionalizado.
Vean si no al castrocomunista Llamazares reconociendo que invierte en un ignoto producto financiero conocido como “fondo de ahorro” —cualquier parecido con la bicha de un fondo de pensiones debe ser casualidad— al tiempo que recomienda a los ciudadanos que se mantengan única y exclusivamente en el sistema público de pensiones porque la rentabilidad de esos “fondos de ahorro” que él ha contratado es inferior a la de la deuda pública.
Siendo así la cosa, sólo cabría concluir que sus dotes como economista e inversor están a la altura de sus ideas políticas. Ninguna confianza para manejar las vidas de los ciudadanos debería recibir aquel que no sabe gestionar sus propias finanzas. Claro que Llamazares parece olvidar que frente a la exigua rentabilidad que ofrecen muchos de esos “fondos de ahorro”, existen otros productos, como los fondos de inversión, cuyo rendimiento sí es muy superior al de la deuda pública. Ahí tenemos al español Francisco García-Paramés, al que muchos consideran justamente el mejor gestor europeo, que ha logrado desde 1993 rentabilidades medias anuales del 17%. ¿Acaso no estarían nuestras pensiones mejor en sus manos que en las de ineptos como Zapatero o Llamazares?
Al final, lo que pretenden no es facilitarnos la vida, sino parasitarnos. Cuanto mayor sea el tamaño del Estado, más prebendas poseerá nuestra interesada clase política
Probablemente, aunque eso es algo que debería decidir autónomamente usted. Más que de eficiencia, se trata de libertad. Esa misma libertad que socialistas, comunistas y socialdemócratas populares se arrogan para sí pero niegan para los demás. En otro tiempo se denominaba despotismo ilustrado, pero habida cuenta de las pocas luces de nuestros políticos, mejor sería olvidarse hoy del calificativo.
Tan bueno debe de ser eso de poder gestionar la hacienda de uno mismo sin tener que entregar al Fisco o a la Seguridad Social el 50% de nuestros ingresos, que los mismos que cercenan nuestra libertad tratan de agarrarse a cualquier desgravación para capitalizar su renta en el sector privado. Es la misma disonancia que la de esos nacionalistas que eliminan la libertad de elección lingüística para sustraer a sus vástagos del cumplimiento de sus normas.
Porque, al final, lo que pretenden no es facilitarnos la vida, sino parasitarnos. Cuanto mayor sea el tamaño del Estado, de más prebendas gozarán. ¿Se imaginan que les sucedería a todos estos estómagos agradecidos si los impuestos bajaran y cada uno de nosotros pudiera elegir a dónde destinar nuestras rentas? Pues que se quedarían sin sus coches oficiales, sin sus secretarios varios y sin sus astronómicos sueldos; por no hablar de esa poderosa influencia de la que hoy disfrutan para presionar y relacionarse de forma, digamos, “especial” con las grandes empresas privadas.
Es seguro que nosotros prosperaríamos sin ellos, pero también es probable que ellos no prosperaran sin nosotros. De ahí que deban convencernos de que el Estado ultraintervencionista es el mejor de los mundos posibles, pese a que ellos sean los primeros en evadirlo. Pues sí, en este caso, lo que ellos hacen es más revelador que las consignas que puedan decir.

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