


Por Joaquín Santiago Rubio. Sin incertidumbre, sin la ignorancia inerradicable, consustancial a la sensación de inseguridad ante el futuro, no habría libertad. Somos libres porque somos ignorantes. El corolario de esta ignorancia es que las valoraciones son siempre subjetivas. Si no existe un canon único de valoraciones objetivo, y/o no lo conocemos, valoramos subjetivamente los objetos y las acciones a través de nuestra imaginación y conocimientos.
Y si el ser humano es subjetivo, lo es radicalmente, tal y como Lachmann aseguró. Por consiguiente, también es radicalmente libre. En otra ocasión propuse la autoridad religiosa moralista como alternativa a la coacción física e inmoral del Estado. Para un liberal, reactivo ante el Estado, no hay otra alternativa
Como Mises afirmó, el subjetivismo valorativo es esencial en la acción humana y, según el descubrimiento de Hayek, sin obviar lo anterior, el conocimiento está disperso. Según los modernos austriacos, sólo un régimen social de libertad y propiedad privada hace posible que las valoraciones subjetivas y dispersas puedan ser conectadas por medio de la acción empresarial. Si ésta es libre puede tantear las parcelas de conocimiento para coordinar los planes individuales y producir coordinación de planes y, por consiguiente, beneficio empresarial.
No obstante es preciso contemplar esto a la luz de uno de los más oscurecidos representantes de la Escuela Austriaca, el berlinés Ludwig M. Lachmann, para contemplar una dimensión ineludible. Decía Lachmann que la condición humana establece en el individuo una subjetividad radical, y por ende una libertad según la cual no es posible asegurar que la tendencia a la coordinación de los planes fruto de la acción humana es mayor que la tendencia a la descoordinación. Según Lachmann, no es posible hablar de un cierto grado de subjetivismo, que lleva a acciones coordinadoras, ni de conocimientos dispersos coordinables crecientemente por empresarios vía precios solamente. Es precisamente lo que no se ve lo que ha de ser desvelado y si existe cambio impredecible y de ritmos variables es porque las tendencias a la descoordinación, al desorden, fruto de la acción humana son tan fuertes al menos como las que producen orden. Según Lachmann, la incertidumbre proviene del principal foco de valoraciones, que es la imaginación humana individual y que en esa imaginación inaprensible radica la esencia libre del hombre. Concluimos aquí que, restringida la imaginación y la subjetividad, la libertad se ve mermada.
Lo cierto es que podríamos estar ante un universo social tal y como Lachmann lo describe. En términos lógicos habría que aceptar que no es posible predicar un poco de subjetivismo como principio de la acción humana. Éste es o no es. Y si el ser humano es subjetivo, lo es radicalmente, tal y como Lachmann aseguró. Por consiguiente, también es radicalmente libre.
Pero, en apariencia, estamos inducidos a pensar que las sociedades, salvo momentos históricos de desorden, producen orden creciente. Somos propensos a creer que la coordinación es mayor en cantidad y frutos que la descoordinación. Y aquí está lo más relevante de todo esto. Por una parte, la subjetividad es consustancial al ser humano, es la base de su libertad y tanto aquella como ésta producen orden en la misma medida que desorden. Por otra parte, parece que la humanidad crece en número y en capacidad de coordinar a mayor número de personas.
En conclusión, no es cierto que la coordinación humana sea un fruto de la libertad realmente existente y que cuanta más libertad más orden espontáneo surgirá. La coordinación supone que una parte de las valoraciones subjetivas han sido sustituidas por las valoraciones subjetivas de otros a los que se confiere superioridad valorativa. Hay una coacción mental inducida por fantasías o por coacciones físicas que hace que la coordinación sea más posible que el desorden.
Llegados a este punto se trata solamente de establecer cuánta coacción y de qué tipo es la compatible con un régimen de libertad enraizado en la naturaleza humana. En otra ocasión propuse la autoridad religiosa moralista como alternativa a la coacción física e inmoral del Estado. Para un liberal, reactivo ante el Estado, no hay otra alternativa.

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